Seguimos comentando los argumentos expuestos por el P. Francis -superior de la congregación de San Viator y docente en el Instituto Anselmiano de Roma - contra el motu proprio summorum pontificum y la misma misa tradicional, que nos da pie para aclarar algunos tópicos que con frecuencia se endosan a la celebración de este rito. Dice el P. Francis (en la foto con el consejo general de su orden) en su artículo: "Debemos subrayar también la pobreza de la eclesiología del antiguo misal. También en ella se presenta la imagen de la Iglesia de la Contra Reforma y concede muy poco sitio a los fieles bautizados. Se habla exclusivamente del papel de los ministros ordenados, y tanto la introducción como las rúbricas del Misal de San Pío V no hacen mención de la asamblea de los fieles. Estos deben pues contentarse con el papel de extras o de espectadores mudos".
Estos argumentos son los que suelen emplearse con más fuerza contra la celebración de la Misa tradicional arguyendo que tiene una naturaleza excesivamente clerical donde no se produce comprensión alguna por parte de los fieles. Es otro tópico más. Debemos acudir de nuevo al sentido general del rito; la Misa tradicional de acuerdo con la tradición y doctrina de la Iglesia concibe la celebración de este misterio como la renovación sacramental del sacrificio de la cruz, aquello a lo que precisamente más importancia ha de dar la Iglesia. Esto lo expresa la Iglesia en su liturgia a través de signos visibles. Pero visibles no en cuanto patentes y perceptibles a los sentidos, sino en cuanto a la intuición de la propia alma del que los contempla, ya que lo propio del misterio es su carácter "significativo" y no tanto su univocidad. Es decir, el misterio ha de hacerse perceptible a través de signos, pero los signos no pueden en modo alguno reducir ni vaciar el contenido del misterio, pues entonces el signo se convertiría en ineficaz. Un ejemplo lo tenemos en el canon de la Misa, lo que podríamos considerar la parte central y más importante de la celebración; no en vano, si nos tomáramos la molestia descubriríamos que incluso cronológicamente el canon de la Misa - en especial la consagración- coincide con el centro mismo del tiempo en que se desarrolla la celebración. El canon se reza en voz baja por parte del celebrante. Esto para una mirada naturalista supone una extrañeza, pues en el lenguaje humano lo más importante que deseamos comunicar pretendemos hacerlo patente a los sentidos. Sin embargo, el simbolismo del silencio en la sagrada liturgia es esencial. Es durante el silencio cuando en la Sagrada Escritura encontramos los más elocuentes momentos de transmisión de la Palabra de Dios al hombre, y durante la misma pasión Cristo mantuvo ese silencio, un silencio elocuente y orante, que sólo termina antes de su expiración en el altar de la cruz. Pudiéramos pensar acaso, que en pro de esta profunda carga significativa, estamos sacrificando todo lo que la Misa pudiera tener de pedagógico o de pastoral. La Iglesia expresa de este modo, la prioridad de su misión que es ante nada dar culto y gloria a Dios, centrado la visión de la comunidad presente en este punto. Pero por otra parte nada más lejano de la realidad que la gente que asiste a esta Misa, como suele decirse "no se entere de nada". Desde el siglo XVII la Iglesia indicó que se realizaran ediciones impresas para uso de los fieles, que tenían como cortapisa la incapacidad de muchos fieles para acceder a la compra y lectura de libros por diversas circunstancias; sin embargo a día de hoy la gente que frecuenta la Misa tradicional, tiene su propio misal de los fieles, con cuyo uso está familiarizado, y cuyos textos, por lo general, conoce bastante bien. Con bastante probabilidad un fiel habituado a asistir a la Misa tradicional conoce mejor los textos fijos de la liturgia que otro fiel cristiano que carece de este tipo de subsidios litúrgicos para seguir la Misa por el simple hecho de ser esta en lengua vernácula. Los tópicos de este tipo con respecto a la Misa tradicional, suelen ser la plena inversión de la realidad.
Con respecto a los "papeles" de los que habla el P. Francis en su artículo, hemos de referirnos a lo que el Concilio nos dice cuando habla en la Sacrosanctum Concilium de la "actuosa participatio". Aquí se ha operado en los años del postconcilio y aún hoy una difícilmente superable confusión. Ni el sacerdote, ni los fieles que asisten a la Misa desarrollan un "papel" ni una "función" sino que ofrecen a Dios el culto que es debido desde su propia situación y circunstancia que les es propia desde su propia misión dentro de la vida de la Iglesia. En la Iglesia no se ejercen "roles" ni "papeles" sino que se desarrolla la misión propia dentro del propio estado el cual responde a su vocación original. Sobre este tema, citaremos a Max Thurian, poco sospechoso de posturas conservadoras. Poco antes de su muerte, el bien conocido prior de Taizé, Max Thurian, un converso al catolicismo que fue antes calvinista, expuso su visión de la reforma en un largo artículo titulado "La liturgia como contemplación del Misterio" en "L´Osservatore Romano" (27-28 de mayo de 1996, pág. 9). Luego de una comprensible expresión de elogio al Concilio y a la Comisión de Liturgia, que se suponía que producirían los frutos más admirables, dice expresamente que la celebración contemporánea frecuentemente toma la forma de un diálogo en el cual no hay lugar para la oración, la contemplación y el silencio. El constante contrapunto entre los celebrantes y los fieles aísla a la comunidad en sí misma. Una celebración saludable, por otra parte, que otorga al altar una posición privilegiada, conduce el deber del celebrante, esto es, orientar a todos hacia el Señor y a adorar Su presencia, lo cual está representado en los símbolos y realizado en el Sacramento.
Es bastante significativo lo que Max Thurian desarrolla con respecto a la relación entre sacerdote y fieles dentro de ciertas visiones distorsionadas que proceden de interpretaciones erróneas del postconcilio.Thurian hace una cantidad de propuestas personales a la autoridad para el caso de una revisión de los ¨Principios y Normas para el uso del Missale Romanum¨ (se ve que él alimentaba la esperanza de que eso fuera posible) , que demuestran claramente su insatisfacción con los principios actuales. Bajo el título de ¨El sacerdote en el Servicio de la Liturgia¨, hace una serie de críticas distinguidas de la presente situación y que merecen un examen individual.
Después está la mención a la eclesiología acerca de la cual ya hemos hecho algún apunte. La Eclesiología católica no habla de roles y papeles dentro del cuerpo místico, se trata de una visión ajena a la propia fe católica; dentro de la misión y de la naturaleza de cada fiel se da a Dios el culto que a Dios le es debido. Por otra parte la Misa tradicional tiene otras expresividades que asimismo dan cuenta de los elementos centrales de la eclesiología católica: la mediación sacerdotal entre Dios y los hombres, de parte del gran sacerdote Jesucristo. El sacerdote se vuelve a los fieles y les saluda con el "dominus vobiscum" extendiendo y cerrando las manos como recogiendo sus propias oraciones, y repite este gesto haciendolo hacia la cruz, en un movimiento descendente-ascendente. La mediación sacerdotal y la mediación de la Iglesia en todo su carácter visible es un aspecto central de la fe católica en su doctrina sobre la Iglesia. Por otra parte está esa idea de cuerpo, que San Pablo desarrolla con tanta profusión. La Iglesia es el cuerpo místico de Jesucristo, y para ello ha de hacerse visible de una manera patente la cabeza y los miembros. De ahí que la Misa tradicional exprese esto a través de la orientación de la oración hacia el oriente, hacia donde Cristo ascendió, y desde donde según las esperanzas de los primeros cristianos volvería; la centralidad de la cruz, y la importancia dada a todos los gestos del sacerdote cuando está orientado hacia el oriente, en especial hacia el altar y hacia la cruz que preside la celebración.
Desde San Pío X se insiste profusamente en la participación de los fieles en el canto. Las piezas de gregoriano, a día de hoy, ensayadas y consignadas por escrito, resuenan en las misas que se celebran conforme a este rito. Pensar que estas melodías son inasequibles a los fieles es realmente no haberse planteado esta posibilidad e incurre en un menoscabo de las capacidades que tienen los mismos fieles.
Una imagen vale más que mil palabras:
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