martes, 13 de mayo de 2008

Explicación de la Santa Misa (I): la antifona Introibo

Los fieles se levantan durante la llegada del sacerdote; se arrodillan durante las plegarias al pie del altar. Durante la edad media, estas plegarias eran rezadas por el sacerdote y los ministros durante el trayecto de la sacristía al altar. Su texto quedó fijo con San Pío V, prescribiendo que han de ser recitadas al pie del altar. Tras la debida reverencia, el sacerdote sube al altar y después de haber depositado el caliz y descubierto el corporal se dirige a registrar el misal que deja abierto por el introito. Regresa al centro del altar y hecha la reverencia a la cruz baja al pie del altar y comienza la misa rezando el salmo 42 con su antífona.

P. In nomine Patris et Filii et Spiritus Sancti Amen. Introibo ad altare Dei.

S. Ad Deum qui laetificat iuventutem meam.
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P. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo Amén. Me adelantaré hasta el altar de Dios.

S. A Dios que es la alegría de mi juventud.


Introibo ad altare Dei: El sacerdote subirá al altar para hacer presente el sacrificio de Cristo, como fue ofrecido en el monte Calvario. Allí unirá sus sufrimientos ylos de los fieles a aquellos del Señor por los cuales hemos sido redimidos. Al Dios que alegra mi juventud: es un modo de llamar a nuestra alma, siempre joven en la medida en que ella es pura como la de un niño. Los santos son siempre jóvenes, es el pecado el que envejece el alma, pero Dios la puede rejuvenecer constantemente por la gracia. Si hemos recibido a Cristo en la comunión desde nuestra infancia, esta frase toma para nosotros un sentido particular.

La antífona es una frase que sirve de estribillo a un salmo: ella precisa habitualmente el sentido del salmo adaptándolo a las circunstancias. El versículo introibo se decía en España inmediatamente antes del prefacio, como se ve en el misal mozárabe. Acerca del sentido de la antífona, la antigua Iglesia nos lo ha marcado, según el testimonio de San Ambrosio de Milán (De mysteriis, 43) poniéndolo en la boca de los que acababan de recibir el bautismo y la confirmación y que iban de las fuentes bautismales al altar, para participar de la divina Eucaristía. Este pueblo purificado dice San Ambrosio, enriquecido con los ornamentos de la gracia, va al altar de Jesucristo diciendo :" Y yo entraré al altar de Dios, iré a Dios que regocija mi juventud" (De Sacram., 1,1). Estaban ante Dios como la más inocente juventud, como hijos nuevamente nacidos sin pecado, sin malicia y hallándose ocupados del don inestimable que tanto habían apetecido, no podían ir al altar sin ser colmados de alegría. El salmo 42 durante el tiempo de pasión y en las misas de difuntos se omite a causa de estas palabras: Quare tristis es anima mea? -Alma mía ¿Por qué estás triste?- dado que es inconveniente esta preuntaa cuando la Iglesia, revestida con ornamentos de luto, mezcla sus oraciones con las lágrimas de sus hijos, o cuando celebra el doloroso recuerdo de la pasión de su esposo. No obstante, como siempre hay alguna alegría en subir al altar y como en él se encuentra algún consuelo para el luto y la pena, la Iglesia jamás omite al principio el versículo introibo donde se halla consignado todo este consuelo.

Así pues, esta corta antífona recuerda al sacerdote y a los asistentes la excelencia del sacrificio, sus frutos admirables, sus efectos consoladores; el altar donde Dios se inmola, el punto de partida para llegar seguramente a Dios; el manantial de verdadera vida en el cielo y en la tierra. La Iglesia hace pues, repetir tres veces esta exposición de una escena tan fecunda en maravillas: 1º antes del salmo; 2º en el curso de los versículos; 3º después del Gloria Patri.

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