jueves, 15 de mayo de 2008

Explicación de la Santa Misa (II): El salmo 42, Iudica me Deus

P. Iudica me Deus et discerne causam meam de gente non sancta, ab homine iniquo et doloso erue me.
S. Quia Tu es Deus fortitudo mea, quare me reppulisti et quare tristis incedo dum affligit me inimicus?
P. Emitte lucem tuam et veritatem tuam, ipsa me deduxerunt et adduxerunt in montem sanctum tuum et in tabernacula tua
S. Et introibo ad altare Dei; ad Deum qui laetificat iuventutem meam
P. Confitebor tibi in cithara Deus, Deus meus, quare tristis es anima mea et quare conturbas me?
S. Spera in Deo quoniam adhuc confitebor illi: salutare vultus mei et Deus Meus
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P. Júzgame oh Dios y defiende mi causa contra gente sin piedad, sálvame del hombre traidor y malvado
S. Porque tu eres mi Dios y mi fuerza, por qué me rechazas, por qué camino triste mientras mi enemigo me aflige?
P. Envía tu luz y tu verdad, ellas me guiarán y me llevarán hasta tu monte santo y hasta tu morada
S. Y me acercaré hasta el altar de Dios; al Dios que es la alegría de mi juventud
P. Te daré gloria con la cítara, oh Dios, mi Dios, alma mía por qué estas triste y por que te turbas?
S. Espera en Dios porque alli volverás a alabarlo: salud de mi rostro, Dios mío.
Este salmo ha sido introducido en la preparación pública de la Misa en el siglo IX; pero ya en el VII se recitaba el versículo introibo algunos momentos antes del prefacio. Este salmo, como se ha dicho, se omite en las Misas de difuntos y en el tiempo de Pasión a causa de estas palabras: Alma mía, ¿por qué estás triste?, porque es inconveniente esta pregunta cuando la Iglesia mezcla sus oraciones a las lágrimas de sus hijos, o cuando celebra el doloroso recuerdo de la pasión de su esposo.
Se dice alternativamente, porque el sacerdote y el pueblo van a animarse mutuamente a entrar en la profundidad del misterio y en las disposiciones que exige.
La antífona "Introibo" ha sido un grito de deseo del hombre que suspira cerca de la felicidad que entrevé; pero es justo que su debilidad recaiga al punto en el temor de no poseer lo que desea; que este deseo, unido a la desconfianza en sí mismo, le haga buscar fuera de sí los medios de obtenerlo y que estos medios conocidos y abrazados con ardor le inspiren una modestia confianza. Este es el análisis del salmo Iudica. Veámoslo por partes:
1ª parte: Sentimientos de temor. Júzgame, Dios mío. Tú que conoces todas las cosas y hasta los más ocultos repliegues de nuestros corazones, es mi juez el Señor, cuyos juicios son justos y llenos de verdad.
Separa mi causa de la gente (o nación) que no es santa, que no me encuentre confundido por habitar entre los que no siguen o rechazan el Evangelio. Pero no basta que mi causa sea separada de la del infiel y del incrédulo: libradme del hombre injusto y engañoso; líbrame de la iniquidad y de toda ilusión en la justicia; retírame de la compañía de los hombres injustos que pueden perder mi alma. En mí mismo hay también dos hombres: el uno que quiere la justicia y la rectitud y el otro que es injusto y engañoso; yo te ruego, Señor, al pie del altar, que me libres de ese hombre.
Porque tu Señor eres mi fortaleza, ¿por qué ando triste? pues ya que pertenezco a la nación santa, ¿Por qué esta guerra del pecado y de la ilusión, que me lleva a marchar con la cabeza inclinada y el corazón abatido, como un vencido ante su soberbio vencedor? Pues tus altares son mi asilo ¿Por qué camino con rostro triste cuando mi enemigo me aflige, cuando me acerco a Ti que eres la vida?
2ª Sentimiento de deseo: Envía tu luz y tu verdad. Por verdad de Dios entendemos aquí a Jesucristo, que es la verdad que todo el Antiguo Testamento anunciaba por diversos signos y figuras. Ellas me han conducido hasta tu monte santo. es decir, a la Iglesia santa, a esta montaña que se eleva hasta los cieulos, la ciudad del Dios vivo, al verdadero monte de Sión; con el Mediador del Nuevo Testamento, de la nueva y eterna alianza.
Investidos con esta luz y esta verdad repitamos con más confianza comprendiendo mejor los frutos del sacrificio: Sí, yo entraré hasta el altar de Dios, hasta Dios mismo que llena mi juventud de alegría. Mi alma ha perdido sus fuerzas y se había envejecido por sus infidelidades a la gracia de Dios y por su amor a las criaturas; viene a recobrar su juventud al árbol de la vida que se conserva en medio de la Iglesia, de modo que el fiel no tiene a la vista el altar material cuando dice que entrará hasta el altar, sino que se eleva hasta el altar sublime en presencia de la majestad divina, hasta la fuente misma de toda santificación.
3ª Sentimientos de esperanza, que suceden al sano temor y al deseo generoso. Te alabaré con la cítara, oh mi Dios y Señor. La palabra latina confiteri puede significar alabar o confesar las propias culpas. Aquí se toma en el primer sentido. Las cuerdas de esta arpa son las fibras de nuestro corazón, las potencias del alma. Ellas dan el sonido majestuoso de la adoración, el sonido de la acción de gracias, el agudo sonido de la súplica y el grave del arrepentimiento: todos ellos producen una sintonía que se une a los coros de los ángeles, a los acentos de las arpas de oro que oyó resonar San Juan en torno al altar del cielo.
Pero ahora, alma mía ¿por qué estás triste?¿Qué puede afligirte cuando vas a acercarte a tu Dios? Recobra aliento. El Señor es contigo como un guerrero fuerte y poderoso.
Sí, confía en Dios, porque volverás a alabarlo, porque me ha arrancado de la muere y me ha dado en esta oblación los remedios para reparar la propia vida. Él es la salud y la alegría de mi semblante, Él ha disipado las sombras que anublaban mi rostro y ha vuelto la serenidada mi faz asegurándome el perdón.
Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo. La Iglesia hace decir este versículo al final de los salmos para glorificar a las tres divinas personas, a quienes tenemos el honor de estar consagrados. Cuando pronunciamos este versículo debemos inclinarnos para adorar la Santa Trinidad a ejemplo de los ancianos del apocalipsis, que se prosternan ante Dios diciendo: Al que está sentado en el Trono y al cordero, gloria y alabanza en todos los siglos de los siglos. Este himno expresa la distinción de las tres divinas personas y la igualdad perfecta de gloria y de poder que poseen en la ciudad de Dios. El amén que se dice al fin puede traducirse por así es verdad, o bien por así sea. Ambos sentidos debe dársele aquí; el primero confesando con alegría la igualdad de las tres divinas personas; el segundo con el deseo de que su gloria sea conocida y publicada en todas las naciones.
Después de tan nobles expresiones, se repite por tercera y última vez el versículo Introibo, que aquí es un grito de completa victoria y triufo. Sí, yo entraré al altar de Dios: al Dios que llena mi juventud de alegría.

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