Bien se diga el Gloria in excelsis, o se suprima el himno angélico, se concentra su viva exposición en el saludo que hace el sacerdote al pueblo con estos términos: El Señor sea con vosotros. Este saludo es el principio de todas las colectas y exhortaciones. Consideremos esta salutación en las ceremonias que la acompañan. Va precedida por el beso de la paz dado al altar, recogido, por decirlo así, de la boca de Jesucristo: el sacerdote lo da tendiendo los brazos hacia los asistentes, como para abrirles el seno de la misericordia, y volviendo a unir las manos como para estrecharlos en el seno de la caridad. El pueblo devuelve el saludo con este acento respetuoso: y con tu espíritu. Que el Señor sea el lazo de unión entre ti y nosotros; que nuestra causa sea común y que nuestra docilidad sea atenta a tu recomendación.
A esta advertencia solemne, el sacerdote se ha dirigido al lado derecho del altar para recitar la colecta o colectas si el orden del oficio marca que se reciten varias. Aquí es donde debe leer lo que sigue hasta el Evangelio, en el llamado "lado de la Epístola".
Si solo consideramos las colectas respecto a su antigüedad y a los autores eclesiásticos que las redactaron se nos presentan rodeadas del respeto y fervor de los tiempos apostólicos. Las más antiguas son las que se recitan el Viernes Santo; las de la mayor parte de los domingos del año están sacadas de los sacramentales de San Ambrosio y San Gregorio. El estilo de las colectas es rico en su sencillez, preciso en su abundancia, admirable en su doctrina y moral, su giro sentencioso se retiene fácilmente en la memoria.
Seis cosas hay que advertir en las colectas: 1º Aquel a quien se dirigen, que es Dios Padre: Dios todopoderoso y eterno; 2º, el motivo que se alega para obtener lo que pedimos: que en la abundancia de vuestra bondad excedes los méritos y oraciones de los que te imploran; 3º, la gracia que se solicita: derrama sobre nosotros tu misericordia; 4º, el objeto al que se dirige la oración: para que perdones lo que turba nuestra conciencia y nos des lo que nuestra oración no osa pedirte; 5º, la conclusión, que es siempre en nombre y por los méritos del Salvador, por Nuestro Señor Jesucristo tu Hijo, que siendo Dios vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo por los siglos de los siglos; 6º, la aclamación del pueblo que ratifica todos los pormenores y todo el espíritu de la oración común, así sea; amén.
Este amén es, pues, un consentimiento dado solemnemente a lo que expresa la oración; y el corazón y las disposiciones interiores deben ir acordes con esta ratificación.
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