Tras el rezo de los nueve kyries, si así la liturgia lo preceptúa el sacerdote desde el mismo centro del altar entona el Gloria. Antiguamente sólo el obispo podía decir este himno en la Misa; porque el saludo de gloria y de paz que enuncia no debía darse a la asamblea cristiana sino por el pontífice, cuya dignidad representa más vivamente la persona de Jesucristo. Así, a causa de la expresión del Gloria in excelsis, que publica la paz a los hombres de buena voluntad, los obispos, a quienes estaba reservada en los primeros tiempos la celebración de los santos misterios, saludaban al pueblo por el deseo de la paz en lugar de decir que el Señor sea con vosotros, cuya salutación han conservado siempre que recitan el Gloria en la Misa. Después se permitió a los sacerdotes decir este himno en el día de Navidad, después en el día de Pascua y en las fiestas, y en fin, todo sacerdote lo recita en el día, excepto los casos que las rúbricas prescriben su omisión.
El Gloria se entona en medio del altar, como el cielo ha cantado su principio y el coro con la Iglesia de la tierra continúa su explanación. En la misa rezada se recita todo seguido. Se elevan las manos para indicar que elevemos los corazones hasta lo más alto de los cielos. La rúbrica quiere que sólo se eleven hasta los hombros para evitar movimientos irregulares; cuando el sacerdote dice Deo, esto es, cuando la súplica adora, se inclina ante la cruz en señal de respeto al santo nombre de Dios, y une las manos. Concluye con el signo de la cruz. La Iglesia, al fin de esta primera parte del sacrificio, no podía llevarnos más felizmente a esta salutación de paz que va a abrir la instrucción litúrgica que da a sus hijos que es la siguiente parte del sacrificio.Con el Gloria concluiría la llamada "preparación pública al sacrificio".
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