domingo, 6 de septiembre de 2009

ANTONIO SOCCI HABLA SOBRE LA REFORMA LITÚRGICA EN SU LIBRO SOBRE EL PADRE PÍO

En el siglo XX, dentro de la propia Iglesia, una sombra terrible ha caído sobre la santa liturgia
El mundo está literalmente sostenido por la misa. San Alfonso María de Liguori decía: «La Pasión de Jesucristo nos hace capaces de la redención, la misa nos hace poseedores de ella y permite que gocemos de sus méritos». Y aún más: «Dios mismo no puede hacer que haya en el mundo una acción mayor que la celebración de una misa (...) y por eso el demonio ha procurado siempre quitar del mundo la misa por medio de los heréticos, constituyéndolos en precursores del Anticristo, el cual, antes de cualquier otra cosa procurará abolir (...), como castigo de los pecados de los hombres, el santo sacrificio del altar».
En efecto, también el ciclón protestante, que devasto la Iglesia como pocos otros, se dirigió sobre todo a barrer la Eucaristía, centro y fundamento de toda la obra de la redención. Sin embargo, en el siglo XX, dentro de la propia Iglesia, una sombra terrible ha caído sobre la santa liturgia y tal vez fuera para iluminar a los cristianos por lo que el Cielo quiso conceder a nuestros tiempos el primer sacerdote estigmatizado de la historia cristiana, un santo que revivía en sus propias carnes el misterio del Calvario durante la Santa Misa.

Y tal vez no sea casual que el padre Pío muriera precisamente en los meses en los que se estaba llevando a cabo esa reforma litúrgica que, según la interpretación de muchos círculos clericales, hubiera debido poner en la sombra de forma completa la noción de «sacrificio», corriendo el riesgo así de transformar de hecho el catolicismo en protestantismo.
Si no pudo llegar a perpetrarse algo semejante, los daños pese a todo fueron inmensos en cualquier caso, desde el momento en el que el cardenal Ratzinger ha llegado a escribir: «Estoy convencido de que la crisis eclesial en la que nos encontramos hoy depende en gran parte del hundimiento de la liturgia, que a veces se concibe directamente "etsi Deus non daretur": como si en ella ya no importase si hay Dios y si nos habla y nos escucha. Pero si en la liturgia no aparece ya la comunión de la fe, la unidad universal de la Iglesia y de su historia, el misterio de Cristo viviente, ¿dónde hace acto de presencia la Iglesia en su sustancia espiritual? De esta manera la comunidad se celebra únicamente a sí misma, sin que algo así merezca la pena».
¿Qué se intuye a partir de esta dramática página del futuro papa? Que no sólo se dieron terribles abusos litúrgicos al límite del sacrilegio, como sabemos (denunciados incluso por Benedicto XVI, quien ha querido volver a conceder la libertad de celebrar la tradicional liturgia tridentina), sino que la propia liturgia reformada y la nueva concepción de la Santa Misa plantean dramáticos problemas.
Así, por más que lo esencial se haya salvado, la mentalidad de los cristianos ha quedado contaminada y la ortodoxia católica está minada porque «lex orandi, lex credendi». En especial, el ataque ha sido atestado contra el carácter de sacrificio expiatorio de la Santa Misa, precisamente el que la Providencia ha querido recordarnos que proclamemos con el padre Pío.
Ha observado Guitton: «Cuando se escribe sobre Marta Robin, hace falta usar imágenes y nociones que chocan con la sensibilidad contemporánea y que nos parecen (sobre todo, después del último concilio) impuras y superadas. ¿Cómo hablar de Marta con exactitud sin pronunciar las palabras sacrificio e inmolación? Es tan grande en nuestra época la crisis de lo sagrado que no nos atrevemos ya a emplear la palabra "sacrificio" ni cuando se habla de la Eucaristía».
Más claramente, el propio Guitton nos explica que: «Siempre ha enseñado la Iglesia que la eucaristía tiene dos aspectos, dos caracteres: es a la vez, se dice, sacrificio y sacramento. En nuestros días se insiste, sobre todo, en el aspecto de sacramento, poniéndose entre paréntesis el aspecto de sacrificio, con la idea, falsamente ecuménica, de no disgustar a nuestros hermanos de la Reforma. Después del concilio, se presenta frecuentemente la misa como un banquete; se celebra "cara a los fieles". Ciertamente, no se la niega en su dimensión de sacrificio, pero a fuerza de pasarlo en silencio, esto está en nuestra mente como si no estuviera».
Y, sin embargo —como rezaba el Catecismo—, «la misa es la renovación, incruenta, del sacrificio de la cruz».
Del libro El secreto del Padre Pío, escrito por Antonio Socci, periodista y ensayista, que ha sido corresponsal del semanario Il Sabato, editorialista de Il Giornale, Director de la revista internacional 30 Giorni y Subdirector de RaiDue –la segunda cadena de la televisión italiana para la que ideó el programa Excalibur–. En la actualidad dirige para la RAI la Escuela Superior de Periodismo Radiotelevisivo de Perusa y colabora en los periódicos Il Foglio y Libero.

1 comentario:

OLIVETTI dijo...

Nociones de un "tibio" que no ha sido desasistido de la Fe. Laus Deo.

Estoy convencido de la eficacia apostólica que tendrá esta puesta en su sitio de la liturgia de la Santa Misa.

Al margen de las evidentes razones de orden teológico, expuestas en graves ocasiones y por voces bien autorizadas, el mundo que vivimos, similar al del fin del Imperio, es sazón inexcusable para recobrar el tracto interrumpido con la voz de Roma y de sus Santos, para unir sensiblemente a los fieles dispersos y para expresar in voce la Fe, con palabras exactas.

Por toda la tierra.

Retórico:

¿No han sido siempre los más sencillos los que mejor han llegado a los Misterios aun sin ahondar en ellos? ¿Por qué se ha privado a los humildes de todo rasgo de distinción y honor? ¿Por qué hacen objeción los que se dicen ilustrados, si la Ilustración ha concluido fracasada en la brutalidad y la neurosis?

¿Por qué se martillea sin cesar en la cabeza del pueblo para convencerlo de que debe despojarse de toda dignidad: indumentaria, de trato, de costumbres, de hábitos, de gremios, de profesión?

¿Proletarización? ¿Propósito de esclavizar?

¿Tiene sentido en un mundo mecanicamente globalizado y entrópico la dispersión y el desorden para con Dios bajo el amparo de su Santa Iglesia?

¿Tiene alguna eficacia prescindir de la Armonía al pronunciar las cosas de Dios, al hablar con Él, al contemplar el Sacrificio de su Hijo?

El cansancio y el aturdimiento producidos por un mundo cada día más feo y horrísono, destructor de la naturaleza de todas las cosas... La Santa Iglesia debe recuperar al hombre a imagen y semejanza. En su lengua

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