miércoles, 28 de mayo de 2008

Explicación de la Santa Misa: las últimas oraciones al pie del altar (V)














P. Indulgentiam, absolutionem et remissionem peccatorum nostrotum tribuat nobis omnipotens et misericors Dominus.
S. Amen.
P. Deus, tu conversus vivificabis nos.
S. Et plebs tua laetabitur in te.
P. Ostende nobis Domine, misericordiam tuam.
S. Et salutare tuum da nobis.
P. Domine exaudi orationem meam.
S. Et clamor meus ad te veniat.
P. Dominus vobiscum,
S. Et cum Spiritu tuo.
P. Oremus.
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P. Dios omnipotente y misericordioso nos conceda la indulgencia, la absolución y la remisión de todos nuestros pecados.
S. Amén.
P. Dios, vuelto a nosotros nos darás la vida.
S. Y tu pueblo se alegrará en ti.
P. Muestranos Señor tu misericordia.
S. Y danos tu salvación.
P. Señor escucha mi oración.
S. Y que mi oración llegue hasta ti.
P. El Señor sea con vosotros.
S. Y con tu espíritu.
P. Oremos.


Recitado el confiteor, hay más confianza en el corazón de los fieles, más autoridad en la voz del sacerdote, así el signo de la cruzs que cada uno expresa va a dar al perdón que se solicita una garantía de mérito y eficacia.

Que el Señor omnipotente y misericordioso, dice el sacerdote; que el Señor que por su potestad va a dar a la libertad del hombre un corazón nuevo; que por su bondad quiere que todos obtengan la salvación, que por estos dos atributos que son la aureola de su cruz cuyo signo sagrado expresamos, nos conceda a vosotros y a mí la indulgencia, esto es, que no exija toda la pena merecida; la absolución, que nos mire como si hubiésemos pagado lo que debemos a su divina justicia, y la remisión de nuestros pecados, que los perdone borrándolos enteramente. Así el hombre, en su confianza tímida, pide a Dios por grados. Los asistentes responden con ardor Así sea.

En este momento, el sacerdote y el pueblo se aplican a solicitar de nuevo el perdón tan deseado e inclinándose ante el Señor pronuncian este diálogo ardiente y apasionado: Oh Dios, vuélvete hacia nosotros y nos darás la vida. Este lenguaje figurado está tomado de lo que pasa entre los hombres; desviar el semblante es una señal de abandono, de indignación; volverse hacia el que implora es una señal de gracia y benevolencia. En este sentido metafórico dirigimos a Dios este versículo, porque cuando desvía su semblante no hay más que turbación, desolación y muerte; y cuando mira se verifica una creación nueva y se halla renovada la faz de la tierra. Y vuestro pueblo se alegrará en ti, y así cumplirás lo que prometiste a Isaías, de inundar de alegría tu casa de oración y de hacer latir de felicidad los corazones que se humillan ante ti. Pero si te vuelves hacia nosotros, Muéstranos Señor tu misericordia, mira la paz de Jesucristo y te conmoverás de compasión a la vista de sus miembros. Y danos tu salvación, al Salvador que viene de Ti, a Jesucristo, víctima de propiciación que has destinado para salvarnos. Señor escucha mi oración, mis deseos, mis temores, mi confianza, mi dolor, mi esperanza de perdón y cuanto he expresado al pie de tu santuario. Y mi clamor llegue hasta Ti; mi clamor podría perderse, pero está robustecido con el clamor que Jesucristo lanzó desde la cruz. El Pontífice más elevado que los cielos ha ofrecido su sacrificio con lágrimas y con un gran grito que ha sido escuchado; que llegue hasta Ti y que penetre tu corazón lleno de misericordia.

Pero el sacerdote y el pueblo no van a estar confundidos en un mismo nivel; el que ha de ofrecer el sacrificio va a abandonar el lugar que como hombre le convenía. Antes de separarse de los fieles les dice un adiós, un saludo y tal es el sentido aquí de esta graciosa frase: el Señor sea con vosotros. Que es como si dijera: Yo voy a la montaña santa a elevar las manos para obteneros por Jesucristo la victoria; vosotros vais a permanecer en el llano durante el sacrificio, sed fieles y por vuestro recogimiento y fervor no desmintáis un instante lo que voy a hacer y decir en vuestro nombre. El pueblo responde y con tu espíritu; te volvemos esta amable salutación, procuraremos atenderlo; nuestros votos te acompañen, que tu espíritu sea durante el sacrificio siempre ferviente, que esté unido a Dios y sea dócil al movimiento del Espíritu Santo.

En este momento, según dice la rúbrica, el sacerdote tiende las manos, las eleva y las vuelve a unir diciendo con voz inteligible: oremos, las manos tendidas y elevadas son una advertencia para elevar nuestro espíritu a Dios; cuando el sacerdote las reúne indican la expresión de la oración y el ardor del deseo. La advertencia oremos precede siempre en la Misa a las oraciones colectivas.

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